En el artículo anterior, planteé la problemática del acceso a la información en un contexto de cambios acelerados caracterizado por la irrupción de las nuevas tecnologías y la conformación de un entorno socio-tecnológico en el cual los adultos, en la mayor parte de los casos, nos sentimos “extrañados”.
En un trabajo reciente. David Buckingham (Buckingham, 2008) hacía referencia a diversos enfoques acerca del niño (y del adolescente) en la que el autor denomina la “era digital”.
En primer lugar, vale aclarar que los temores y críticas que escuchamos hoy sobre los niños y las computadoras, no son muy diferentes de aquellos que escuchamos en la década de los 60-70 acerca de la TV, y antes todavía, acerca de la radio. Cada uno de estos medios de comunicación fue recibido – en primer lugar – con temor y escepticismo. En cada caso, se “denunció” la violación de la privacidad por parte de estos medios, así como el daño que se les ocasionaba, en especial a niños y adolescentes, por la exagerada cantidad de horas que éstos les insumían.
Lo mismo ocurre hoy con los niños frente a las computadoras: a diario escuchamos nuevos estudios, análisis e informes acerca de los daños de todo tipo que les causa una exagerada exposición a las mismas, siendo que hoy ya no se habla de “media” sino de “multimedia”. Veamos por ejemplo, este sitio denominado commonsense.org que abunda en este tipo de materiales, junto a “tip´s” para padres y educadores sobre cómo actuar frente a los “riesgos” del mundo digital.
Enfoques de este tipo son los que denominamos, con Buckingham, los enfoques del “niño en riesgo”. ¿Qué significa este enfoque y de dónde proviene?
Este enfoque proviene en primer lugar, de la sensación de “exclusión” de los adultos frente a la cultura digital. Como decíamos en el artículo anterior, este desconocimiento produce en los adultos una sensación de “pérdida de control” que por otro lado, es absolutamente legítima y comprensible. Entonces, frente a este mundo desconocido para los adultos, éstos no pueden menos que sospecharlo y temerlo responsabilizando a la tecnología, por la “destrucción” de la infancia tal como la conocemos, y por la “crisis” derivada del cambio en las relaciones de autoridad entre adultos y niños.
El enfoque opuesto es el del “niño liberado”. Los defensores de la denominada “generación digital” consideran a la tecnología como una fuerza liberadora, “un medio que les permite superar los límites a los que están sometidos y construir formas nuevas y autónomas de comunicación y comunidad” (Buckingham, 2008).
Entre estos dos enfoques estamos nosotros, adultos y educadores, frente o con los niños o adolescentes, y nos preguntamos cómo actuar.
Burbules (Burbules, 2006) menciona cuatro alternativas: Censura, filtrado, parcelación y rotulación. La censura es una prohibición desde el lado de la oferta. El filtrado, la parcelación y la rotulación son moderaciones de diferente grado desde el lado de la demanda. En todos los casos, son conocidas las dificultades técnicas y prácticas que impiden que la aplicación de cada una de ellas obtenga un 100% de efectividad. Sumado a ello, el caso de la censura plantea dilemas éticos y políticos propios de cualquier acción de este tipo.
Sin entrar en detalles, diremos que si bien es necesario implementar mecanismos regulatorios en Internet, como en cualquier otro medio público (en los que efectivamente estos mecanismos existen) el caso de la información digital es infinitamente más complicado dadas las dimensiones internacionales del mismo, y las innumerables posibilidades de acceso que ésta brinda.
Volvamos al adulto / educador frente al niño y la cultura digital; entonces ¿Qué es dable hacer?
En primer lugar, si nuestros temores – fundados – se derivan del desconocimiento de la cultura digital entonces, en primer lugar, tratemos de conocerla y de insertarnos en ella. Esto no significa entrar a los mismos sitos o jugar a sus mismos juegos. El mundo digital es lo suficientemente amplio como para brindarnos, también a nosotros, espacios de información, comunicación y entretenimiento. No obstante, para ello, ¿Quién mejor que los mismos niños para enseñarnos y orientarnos?
Entonces, si nos hacemos también nosotros “digitales”, podremos compartir experiencias, información y hasta herramientas nuevas a las que posiblemente nosotros podamos acceder antes que nuestros niños…
Por supuesto, tendremos que aceptar que esta nueva realidad es más simétrica que la que conocimos: habrán cosas a las que nosotros accederemos antes que ellos, y otras, posiblemente muchas otras, a las que ellos accederán antes que nosotros. No obstante, la construcción de un lenguaje común será la clave para mantener una buena comunicación, y profundizarla.
Nuestro lugar de adultos y educadores se verá entonces también fortalecido, así como nuestra propia autoestima. Será menos necesario acudir a prohibiciones de todo tipo o a acciones que semejen a una violación de la privacidad por parte de nuestros niños, y ellos mismos estarán más dispuestos a escucharnos cuando, acudiendo a nuestra experiencia y conocimientos, podamos orientarlos en cuanto al tipo de lectura e información que podrán encontrar en ese mundo nuevo, parcialmente desconocido, con riesgos y peligros, pero también rico en promesas y oportunidades, denominado Internet.
Los invito a compartir vuestras experiencias.
Marcelo I. Dorfsman
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